Entramos en un edificio situado en una calle casi vacía de Príncipe de Vergara. Desde fuera no se veía nada respecto a lo que podía ser una fiesta, con que todo me empezó a dar mala espina. Por suerte, sabía que Guille y los suyos siempre sabían lo que se hacían.
Al entrar al fondo del pasillo del vestíbulo, un hombre con pinta de mayordomo de Agatha Christie parecía estar esperándonos con paciencia. Llevaba un folio de plástico en la mano, con lo que parecía ser una lista de invitados.
—Nombres –dijo el señor sin la mayor muestra de sensibilidad humana.
—Míreme –sugirió Guille—. Y mírele a él –se refería a mí—. Si va al tanto de quién está de moda y quién no, no necesitará ojearnos en la lista.
Eso me recordó a cuando le colé en la fiesta VIP de Joy. El muy cabrón ya estaba empezando a conocer el jueguecito, y me sentía de lo más orgulloso.
—¿Han traído las entradas, de todos modos? –cuestionó el hombre impávido total.
—Sí. Nunca está de más ir bien preparado.
Le ofreció cuatro tarjetas doradas –fíjate qué irónico— con unas palabras que no pude leer bien escritas en relieve, y el hombre respondió:
—Coged ese ascensor. Planta -2.
¿Es que acaso íbamos a algún garaje? Para tratarse de una fiesta de niños pijos, me estaba desconcertando bastante todo aquello.
El caso es que bajamos en el ascensor, y ya desde el piso -1 se podía oír la música del local (o lo que fuera eso). No sabía que a los pijos también les fuese el rap. Iggy Azalea sonaba de fondo con su single My World. Ciertamente, la letra pegaba bastante.
Al llegar, se abrió el ascensor y tuvimos que abrir un par de puertas antes de llegar a la fiesta. Obviamente, era un garaje, no me cabía duda. Estaría deshabitado por cualquier cosa. Aunque, para ser sincero, al entrar y ver el sitio, nadie en el mundo podría decir que ahí estuvo un coche.
—Caballeros –mencionó orgulloso Guille mirando a la fiesta—, bienvenidos a El Halo.
@DRIGOPANIAGUA 
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